Maternidad real
Desde los
medios de comunicación nos llegan diferentes tips, sugerencias, recomendaciones
o recetas sobre cómo criar a nuestros hijos para vivir una vida plenamente feliz.
En muchas ocasiones sentimos que realmente nos dan una buena idea, algo simple,
sencillo de poner en práctica, y que no sabemos por qué no se nos había
ocurrido antes. Pero otras veces sentimos que lo que estamos leyendo o
escuchando no tiene nada que ver con el modo en que criamos a nuestros hijos, y
nos sentimos confundidas, culpables, o pensamos:
“dicen eso porque no conocen mi realidad”, “es fácil decirlo pero cómo lo hago?”,
o “ya lo intenté mil veces y no me funciona”, entonces esa información se
vuelve una fórmula mágica imposible de aplicar.
La realidad
de la mayoría de las madres de hoy es que después de una larga jornada de
trabajo llegan a casa agotadas, con muchísimas ganas de estar con los chicos
pero con poca paciencia y cero energía. ¿Cómo hacen entonces para jugar con
ellos, escucharlos, preguntarles cómo les fue en el cole, mirar los cuadernos,
ayudarlos con la tarea, salir corriendo nuevamente si falta algo para cocinar y
satisfacer todas sus demandas?... Difícil y agotador.
Las madres vivimos
tironeadas: por la familia, por la sociedad que espera que seamos “mujeres
maravilla” capaces de cumplir con todo y con todos (además de estar siempre
espléndidas), y fundamentalmente tironeadas por nosotras mismas, que amamos a
nuestros hijos y sentimos que se nos parte el alma al estar lejos de ellos todo
el día, que queremos trabajar porque nos encanta nuestra profesión pero también
nos gustaría estar más tiempo con los chicos, o peor aún, no nos gusta para
nada el empleo que tenemos pero no nos queda otra alternativa.
Sentimos culpa
por no poder compartir más momentos con nuestros hijos y al mismo tiempo, al
regresar a casa, nos invade la frustración cuando no hacen caso a lo que
decimos, no se quedan sentados a la mesa mientras cenamos, reclaman
constantemente nuestra atención o no se duermen si no es en nuestra cama. Y no
se trata de querer hijos perfectos, si
no que muchas veces la realidad cotidiana nos desborda, el cansancio nos supera,
y sin darnos cuenta pretendemos que nuestros niños dejen de ser niños y nos
perdemos la oportunidad de disfrutarlos.
Para no caer
en esa dinámica circular de malestar es fundamental conocernos profundamente, preguntarnos
qué tipo de madre queremos ser, que infancia queremos brindarle a nuestros
hijos y qué clase de familia queremos formar. A partir de allí será más fácil reordenar
prioridades y discernir lo rescatable de la información que nos llega, sin
sentirnos exigidas ni culpables por lo que no podemos,
aceptando nuestras limitaciones y potencializando nuestras capacidades para
lograr un equilibrio. Las “recetas
mágicas” no existen. Los hijos no llegan con un manual de instrucciones. Cada
una debe conocer sus propios recursos y descubrir la mejor MAMÁ que pueda ser, para
disfrutar esa hermosa tarea con todos sus matices.
Nota publicada en revista Nacer y Crecer, octubre 2015.-
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