Padres de hoy
Las mujeres jugamos a la mamá desde que aprendemos a hablar, y tenemos
cientos de hijos imaginados a lo largo de nuestra infancia, a quienes
nombramos, alimentamos, acunamos, bañamos, vestimos y cuidamos con esmero sin
la participación de un padre, quien habitualmente tiene un lugar de ausencia en
la trama del juego porque siempre está en el trabajo o en un viaje. En cambio
los hombres despliegan su capacidad lúdica en mundos que necesitan ser salvados
por superhéroes o se convierten en estrellas de fútbol apenas ven una pelota y
ni se enteran de nuestras fantasías maternales, al menos hasta que asumen el
compromiso de una pareja con vistas a devenir en familia. Recién allí se topan
seriamente con la idea de la paternidad:
institución humana por excelencia, cuya función excede el fin reproductivo para
inscribirse en un orden simbólico, mucho más amplio, convocante y comprometido que el hecho
biológico de la procreación.
Para la mayoría de los hombres la idea de tener hijos se asocia
directamente a responsabilidad y falta de libertad. Es que históricamente la
paternidad se ha traducido en una función de autoridad, de protección, de
nominación (el padre es quien otorga el nombre) y de sostén económico. Recién en
los últimos años se agregó la dimensión afectiva como parte de su función,
dándole al hombre la oportunidad de mostrar su cariz más amoroso y atento a la
cotidianeidad de la familia, por lo cual actualmente la figura paterna se aleja
de la antigua imagen de rigidez del padre proveedor para
constituirse en una más protagónica e involucrada en la
crianza de los hijos. Asistimos a un momento de transición, donde cobra
importancia la valoración del padre comprometido con el bienestar emocional de
sus hijos, con más implicación afectiva, disponibilidad y proximidad a la
familia, involucrado en las cuestiones domésticas y el cuidado de los niños. El
buen desempeño del rol paterno no tiene fórmulas ni modelos fijos
preestablecidos, cada padre irá delineando su modo de serlo en el día a día con
sus hijos; lo que sí es indiscutible es que su compromiso y su presencia en el
ámbito familiar resultan fundamentales.
El arraigo al modelo tradicional de parentalidad hace que
con frecuencia los papás crean que no tienen nada importante que hacer porque
la madre es la única que puede ocuparse del bebé, pero en la medida que asuman
concientemente su rol, se posicionarán como el principal sostén emocional para
su mujer, y quedarán indefectiblemente involucrados completando la tríada. Un
papá reciente tiene muchas cosas que hacer: mantener el ritmo de la vida
cotidiana porque afuera de casa todo sigue igual, ayudar a su mujer para
sostener la lactancia, acunar al bebé después de mamar para que la madre
descanse, encargarse de las tareas del hogar, apelar a su empatía y ternura
para acompañar los cambios emocionales y físicos de su mujer ofreciéndole una
mirada de amor y aceptación. Pero hay dos funciones básicas imprescindibles que
el padre tiene que ejercer: sostener
y separar.
El hombre es quien mantiene su estructura emocional intacta,
aún conmovido por la llegada del hijo, para contener el torbellino emocional
que vive su mujer. Ella debe maternar, y él debe sostenerla en ese rol; esto
implica proteger, facilitar y defender la fusión mamá-bebé, constituyéndose él
mismo en muralla o filtro entre el mundo externo y el hogar. Tendrá que
contener y cuidar a su mujer, mostrándose disponible para lo que ella necesite,
apoyando lo que sucede en la díada mamá-bebé aún cuando no llegue a comprender
de qué se trata. No es tiempo de razonamientos o explicaciones. Es tiempo de
acompañar.
Más adelante, cuando la etapa fusional ya empieza a perder
intensidad, comienza a haber más lugar para el padre, tanto en la vida del niño
como en la de la madre. Llega el momento
de intervenir más activamente, orientado a un doble objetvo: separar la díada para recuperar el vínculo con
su mujer y construir un lazo más
estrecho con su hijo, a quien además en este proceso ayudará a
individualizarse, a aceptar los límites y a descubrir un nuevo espacio para
compartir sólo con él. Para que esto se de fluídamente la mujer tendrá a su vez
que habilitar ese espacio, permitiéndole ser el padre que es y respetándolo en
ese rol.
Ejercer una paternidad responsable y comprometida
es una elección que contribuye al bienestar físico y emocional del hijo. Es aprender
a ser padre mientras se atraviesa el camino, es participar activamente en la
crianza de los hijos, es emocionarse con las cosas más simples, es presencia,
sostén, empatía, disponibilidad física y
afectiva. Pero sobre todo, ser padre es ser feliz con esa responsabilidad,
porque cuando los
padres participan en las vidas de sus hijos se genera una complicidad única, ambas
partes se benefician para toda la vida, y el vínculo se hace más cercano,
genuino y disfrutable.
Lic. Gabriela Nelli
Nota publicada en revista Nacer y Crecer - Junio 2013
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